lunes, 13 de febrero de 2012

LA REFORMA LABORAL. UNA LECTURA DE IZQUIERDAS.


La alienación económica, base de la alienación política e ideológica, se concreta en la explotación, que es el acto mediante el cual el fruto del trabajo del obrero es expropiado por el capital, es decir, que según la antropología marxista, es la misma persona del trabajador la que se convierte en un medio, en un producto que se compra y que se vende a cambio de un salario para dar beneficios al capitalista.

De este modo los medios de producción siempre están en las mismas manos y por mucho que un obrero se esfuerce, por muchos años que trabaje para la empresa, ésta siempre será del empresario.

Para intentar compensar mínimamente esta cesión continua de plusvalías en manos ajenas se incorporaron las subidas salariales con la antigüedad en la empresa y sobre todo, la indemnización por despido mediante la cual se reconoce que hay una parte de la empresa que “le pertenece” porque ha contribuido a su crecimiento mediante su fuerza de trabajo.

Con el surgimiento de las grandes multinacionales, el trabajo se ha ido derivando progresivamente al trabajador autónomo, al que se le ha hecho creer que era “pequeña empresa”, en vez de obrero por cuenta propia. La desprotección en la que se quedan los trabajadores con la reforma laboral no es desprotección, es directamente alienación económica, es negar que el trabajo de los obreros, que es lo que produce las plusvalías, pueda participar en los beneficios y en la propiedad de los medios de producción. Así que más que desprotección es un acto de expropiación.

De esta manera el capital no contratará más, pero se satisface a los inversores internacionales que buscan países de mano de obra barata y dócil para poner su dinero. Y tienen donde elegir, porque nosotros no competimos con los trabajadores centroeuropeos, sino con los mercados laborales asiáticos y sudamericanos emergentes y si queremos que haya trabajo para nosotros, tenemos que ofrecernos baratos y sumisos.

Quitar la negociación colectiva, asociar el salario a la productividad (que siempre será baja intencionadamente para pagar pocos impuestos) y desprestigiar a los sindicatos (tarea en la que ellos mismos se han empeñado al funcionarizarse) es todo obra del mismo plan: es dejar a los obreros del siglo XXI en los paños menores del originario proletariado, que expropiado de su vivienda o esclavo de la hipoteca, dueño tan sólo de su prole, acude a las grandes ciudades pidiendo ser explotado a cambio de lo que sea y agradeciendo a aquellos que legislan su ruina, porque por lo menos pueden cobrar.

La jugada se completa con el sistema de protección del estado, soportado en su gran mayoría por la clase media, que cuando una empresa despide a un trabajador pagándole cada vez menos, el jefe se queda tranquilo porque para eso está el estado, ese mismo estado que no quieren que intervenga en las contrataciones.

Está todo estudiado, anda que no.

martes, 7 de febrero de 2012

¿QUÉ ES LA CRISIS?


La crisis se esconde tras una cortina de millones de euros que lo mismo van que vienen no se sabe de dónde ni hacia dónde.

La crisis se enmascara en el pesimismo de muchos, incluidos aquellos para los cuales el derrotismo de las gentes es la oportunidad para recoger beneficios.

La crisis deja claros en el bosque de la carencia, entre los altos sueldos de banqueros, especuladores y políticos de alta gama que cobran más de lo que pueden gastar sin perder la decencia.

Pero a mí no me engañan.

La crisis es un coche viejo que visita un taller para reciclarse, porque no hay para otro nuevo.

La crisis es levantarse por la mañana y no saber qué hacer y que se te pase el día sin haber hecho nada.

La crisis es impotencia, es desconcierto, es abulia, es autodesprecio.

La crisis es una mujer que antes miraba escaparates y ahora compra cebollas.

La crisis es alcohol barato, es mirada sombría y bronca sin motivo.

La crisis es la cola de cáritas, la bolsa con legumbres y la leche de oferta.

La crisis es la deuda impagada, el piso provisional, el cambiarte de acera para evitar encuentros.

La crisis es no poner el despertador.

La crisis es un "no te puedes ir de viaje de estudios", es un "no puedes hacer esa carrera".

La crisis es el despedir y el despedirse para no se sabe cuándo volver.

Pero la crisis no es el fin.
La crisis puede ser la celebración de la solidaridad, puede ser la fiesta del compartir.

La crisis puede ser la mecha de la revolución, la antesala de la justicia.

La crisis puede ser, y ojalá sea, el triunfo del ser humano sobre el dominio del dinero, la victoria de las personas sobre las estructuras, la esperanza del futuro que deseamos que llegue.

Algún día, las crisis las padecerán quienes las provocan, la sufrirán quienes se aprovechan de ella.

Para entonces incluso los ricos tendrán suerte, porque cuando eso llegue... 

ya no habrá más crisis.