Esta es una expresión
latina empleada por muchos pensadores que viene a decir que Dios contempla el
mundo desde la perspectiva de la eternidad, es decir, que para Él pasado, futuro
y presente se funden en un solo tiempo, o mejor, en una ausencia del tiempo,
donde todo cobra sentido y todo es lo que tenía que ser, aunque sin que desde
su infinito poder haya interferido en nuestra libertad.
Desde esa perspectiva,
las catástrofes naturales, que para nosotros son tragedias, quedan subsumidas
bajo la idea de un mero suceso geológico; desde esa perspectiva, la explotación
históricamente organizada en los diferentes modos de producción, no es más que
una sucesión de momentos necesarios para llegar al fin de historia.
Esta visión se
corresponde con el dios del panteísmo, ese que es como un macroorganismo del
que nosotros no somos más que pequeñas y efímeras células que duramos incluso
menos de lo que tarda una pompa de jabón en explotar en nuestra mano; un dios
en el que cada una de esas pompas es igual a otra y sólo se diferencia por el
lugar y el tiempo en que se produce, diferencias puramente aritméticas y geométricas,
meramente cuantitativas.
Cuando los líderes
europeos y mundiales de la economía se reúnen a ver qué hacen y manejan las
cifras de millones de euros de medio en medio billón y toman decisiones sobre
nuestro déficit, contemplan el mundo sub specie aeternitatis. Desde su atalaya
políglota de jefes de estado, todos terminan hablando el lenguaje universal de
las matemáticas, ese frío uno tras otro que no entiende de diferencias cualitativas
para el que uno es igual a otro, y en el que “el otro” no es más que otro uno.
En el mundo contemplado
sub specie temporalitatis el número adquiere rostro: el recorte del déficit, la
prima de riesgo, la falta de crédito, los grandes sueldos a consejeros de
entidades financieras, las cifras del desempleo, el neutro 22% de población
española que vive bajo el umbral de la pobreza, ..., se convierten en una
sucesión de caras con expresiones tan diversas como singulares son las
historias que acumulan. Y cuanto más pobre más profunda se vuelve la brecha
entre la eternidad y el tiempo concreto.
Un tiempo concreto que
transcurre entre la preocupación por el mañana y la falta de perspectiva de
futuro; entre la agonía del tirar la toalla y de seguir peleando porque tienes
personas a tu cargo. Es la matemática en la que uno no es igual a uno, en el
que la vivencia interior, la desesperación, el desahucio, los 426 € que se
acaban no son convertibles en cifras.
Cuando en el Olimpo de Europa
los “dioses” hablan de que empezaremos a crecer en 2013 levemente pero que no
se notará en el empleo, en el mundo sublunar encorvamos la espalda bajo el yugo
que nos redoblan, agachamos la mirada y los maldecimos en una gran blasfemia
universal que denuncia que el mundo es un infierno para muchos, porque sólo
unos pocos tienen llave del cielo.
Pero aquí abajo, en la
intemperie del tiempo real, vemos al auténtico Dios de rostro humano, el Dios
encarnado que sufre a nuestro lado, ese Dios que dejó la eternidad para bañarse
en el mismo lodo en el que nos ahogamos y que habló y habla por los profetas. Ese Dios que clama contra la
explotación, que reclama la llegada de otro Reino, de otro orden de cosas en el
que el pan de cada día llegue hoy a cada uno...
Hay que conseguir que el
cielo y la tierra se parezcan cada vez más, que las personas sean más
importantes que el dinero. Esa será la única manera posible de que la eternidad
y el tiempo queden reconciliados en la gran fraternidad universal.
“Venga a nosotros tu
Reino”
(Reflexión inspirada en la viñeta de "El Roto" publicada hoy en "El País"