Pero no nos engañemos, nada de esto es gratis. Si en la ruleta la banca siempre gana, en el capitalismo no va a ser diferente. El capital necesita mantener, incluso superar, el nivel de beneficios. Si cedió en derechos, no lo hizo en negocio: nos inoculó el germen de la sociedad de consumo y consiguió que pusiéramos nuestra felicidad en tener cosas. Nos subió el sueldo para que gastáramos más y así poder vender más. El resultado, "El hombre unidimensional" que describe Marcuse, una espiral de crecimiento y una inflación constante.
La clase obrera, deja de ser clase y quiere renunciar a ser obrera. En el mundo rico se sube al carro del capital, mientras la explotación unida a la opresión y a la dominación, se trasladan al tercer mundo en forma de maquilas y zonas francas.

El capital siempre gana, ya lo he dicho: la espiral de crecimiento ha llegado tan alto que ha caído como una Torre de Babel, que como ella fue contruida "con alquitrán en vez de mortero y con ladrillo en vez de piedra".
A base de alimentar la explotación en el tercer mundo, el capital le ha cogido el gusto a hacer lo mismo en el primer mundo y le llaman "ser competitivos" a cobrar poco, a convertirte en autónomo y a ser fácilmente prescindible.
Si la clase obrera ya no puede consumir y el capital quiere mantener el margen de beneficios, se acabó la "sociedad del bienestar": hay que volver a los orígenes del capitalismo. El proletario, con sus manos vacías, ruega empleo sin condiciones con tal de sobrevivir y ya le da igual que le digan que se jubilará a los 70, porque sólo importa comer hoy.
Sin embargo, por el devenir dialéctico, si es hora de la vuelta al capitalismo del XIX, ese siglo también lo fue de las revoluciones.
Habrá que empezar de cero otra vez: "trabajadores de todo el mundo, uníos".
Sic transit gloriae mundi.