sábado, 13 de agosto de 2011

JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD (segunda parte) EL PAPA

El actual Papa, Benedicto XVI es el resultado dialéctico del cúmulo de acontecimientos que sacudieron el mundo, y en especial el continente europeo, durante el siglo XX, del último Concilio y de Juan Pablo II.

Cuando en 1962 el Papa Juan XXIII inició el Concilio Vaticano II cuyo objetivo él mismo había mostrado gráficamente con un abrir las ventanas para que entrara aire fresco, quiso afrontar desde el diálogo lo que se llamó el aggiornamento, o puesta al día de la Iglesia, que había perdido el tren de la “Modernidad” en medio de una creciente secularización quedando al margen de todo lo que representaba el “proyecto ilustrado”: la ciencia, la democracia, los movimiento obreros, etc. Probablemente el bueno de Juan XXIII no imaginó que el aire fresco que entró en la Iglesia se convertiría en vendaval dejando los seminarios casi vacíos, hasta el punto de que corría entre círculos clericales la frase, en tono de humor decadente de “el último que apague la luz”.

Ya en aquellos años conciliares, Joseph Ratzinger colaboró desde sus estudios de Dogmática. En 1968 publica “Introducción al cristianismo” en el que muestra su preocupación por que el diálogo entre la razón y la fe no nos lleve a degradar la “pepita de oro” (imagen que él utiliza para referirse al mensaje cristiano) apelando a la necesidad de ortodoxia.

Juan Pablo II fue el papa que procedía del mundo comunista y había conocido la persecución contra los cristianos, pero también la defensa de los derechos de los obreros. Arduo luchador, jugó un papel decisivo en la caída del Muro de Berlín, manejó como nadie los medios de la globalización pero hizo una apuesta por los movimientos más conservadores de la Iglesia, de tal manera que entre sus críticos se habla de él como “el papa que llenó los estadios y vació las iglesias”. Su preocupación por la ortodoxia doctrinal resultó especialmente dolorosa en su relación con la Teología de la Liberación, a la que se acusaba de marxismo, que en los 80 se movía en la persecución más sangrienta en América central y del sur. Para los cristianos cercanos a esta sensibilidad de lucha  por la justicia resultaba incomprensible el que, en su visita a Nicaragua recrimine a Ernesto Cardenal su vinculación con el gobierno revolucionario sandinista, mientras no había condenado con tanta energía la dictadura chilena; o que Oscar Romero (al que dediqué una de las entradas de este blog) no haya sido canonizado y a Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, se le hiciera santo en un tiempo record.

Precisamente el encargado de velar por esa ortodoxia (no tanto por la ortopraxis) fue el Cardenal J. Ratzinger, al que nombró Prefecto de la Congregación para la Sagrada Doctrina de la Fe. Símbolo de su tarea al frente de esta institución es su especial dedicación a “corregir” a Leonardo Boff, uno de los más insignes representantes de la Teología de la Liberación, quien terminó por renunciar a su sacerdocio para poder seguir escribiendo con plena libertad. Sin embargo, es curioso que Ratzinger protagonizara un diálogo interesantísimo sobre la relación de la razón y la fe con Jürgen Habermas, quizá el filósofo más importante del momento.

En España también sufrimos esta ola neoconservadora con la destitución de sus cátedras de teólogos de la altura de Juan Antonio Estrada o José María Castillo. Entre los obispos va creciendo el número de los adeptos a esta corriente, y se empiezan a nombrar, no tanto por su capacidad, sino por su fidelidad a la línea oficial hasta llegar a conformar, en opinión de González Faus, “la Conferencia Episcopal más mediocre de los últimos doscientos años”.

Las parroquias se llenan de grupos conservadores, los sacerdotes vuelven al vestido negro, al predomino en el detalle litúrgico más que en el espíritu de las celebraciones y crece en la Iglesia la preocupación por la moral personal.

Es comprensible que los movimientos críticos con esta línea de Iglesia muestren su enfado y se prodiguen en sus críticas con ocasión de la visita del papa; es también comprensible que militantes de la izquierda que defienden otro modelo de moralidad, hagan ver su disconformidad y que ésta se haga más sonora con la visita del papa.

Sin embargo, yo me hago una serie de preguntas que tienen que ver con la visita y los diferentes posicionamientos que expondré en la próxima entrada. Por hoy creo que es suficiente.

Perdón por haber excedido la longitud habitual de mis artículos.

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